Autor: Carlos Herreros. Coach profesional y especialista en Neurociencia aplicada a las organizaciones.
Neurocoaching es el título de mi último libro (Ed. Síntesis) y “la neuroplasticidad autodirigida”, el subtítulo del mismo. Presento en este artículo algunos de los fundamentos y conclusiones de mi publicación que ahora estoy convirtiendo en un programa online de formación de coaches .
La neurociencia de los últimos 30 años afirma, sin ninguna duda, que todo lo que hacemos, pensamos o sentimos en cualquier momento del día o de la noche tiene detrás una neuroquímica muy compleja. Esa neuroquímica la crea la experiencia, determina el comportamiento (cuyos cambios o adaptaciones son el objetivo principal de cualquier proceso de coaching) y construye la esencia de la persona que somos.
Esta singularidad que nos hace únicos sirve tanto para el coach como para el cliente (coachee) que demanda los servicios profesionales. ¿Cómo podemos entender esta singularidad? Todos los artistas utilizan materiales similares, pero crean algo que no se parece a ninguna otra cosa; así (a menos que tengamos un gemelo idéntico) hemos sido moldeados: la procreación proporciona los materiales y la vida aporta la forma que esos materiales adoptan.
Por lo tanto, el punto de partida para entender a la persona a la que ofrecemos el coaching es la comprensión de que la individualidad proviene de la experiencia de vida que moldea el potencial genético con el que venimos al mundo. Esta experiencia conforma el cerebro por medio de la neuroquímica que genera la propia experiencia; y la neuroquímica se activa por la electricidad celular que hace que el cerebro viva. Las cuestiones interesantes para el coach son, entre otras: ¿qué? ¿cómo?¿qué ha hecho a esta persona lo que es hoy? Contestar estas y otras preguntas abre la posibilidad de comprenderla. La respuesta está en comprender la forma en que se ha organizado el cerebro del cliente pero también el del coach.
Desde una perspectiva basada en el cerebro, el coaching eficaz consiste en la capacidad de un profesional (coach) para entender y gestionar los procesos cerebrales del cliente de forma que éste realice un cambio eficaz y se desarrolle; y la consolidación de esos cambios y desarrollo que se hace deliberadamente para beneficio del cliente y con los límites acordados contractualmente entre las dos partes.
Pero el coach debe entender primero su propio cerebro si quiere entender el del cliente; el cerebro es el órgano de las relaciones que utiliza su capacidad para dar sentido al mundo y a su mundo.
El cerebro tiene su propia biografía, crece y madura ( también se deteriora), pero está profundamente influido por los seres cercanos sea en lo personal o en lo empresarial o profesional. Por lo tanto, también es el producto de las personas con las que interactuamos. El cerebro busca el sentido en el contexto de las relaciones con otros y con su propio yo. Desde las fechas más tempranas, la interpretación que hacemos del tono que oímos, cómo vemos y cómo somos vistos, la sonrisa o el ceño fruncido que vemos y mostramos, son el resultado de la actividad electro-química del cerebro y todo ello se ha conformado por los encuentros con los adultos con los que nos hemos relacionado y así empezamos a formar nuestras expectativas del mundo.
Un elemento fundamental de mi libro es el concepto de “apego”. ¿Qué ocurriría si los elementos clave de nuestra existencia social fueran lo que el aire y el agua son para nuestras vidas? Las relaciones tienen las mismas propiedades que los componentes materiales imprescindibles para vivir. La pérdida del apego es tan severo que una persona puede sufrir, incluso morir, partírsele el corazón si no tiene el apego necesario.
La importancia del apego para la supervivencia surgió de las observaciones realizadas en orfanatos de Chicago en los años 40 del siglo pasado; luego, entre otros John Bowlby junto con Mary Ainsworth, desarrollaron el concepto y señalaron su amplia repercusión en la vida individual y en la organizativa; en esta última, a veces se cree que el apego es lo mismo que compromiso, pero los autores citados y otros muchos señalaron que el contacto afectivo, no solo el cuidado físico que se ofrecía en los orfanatos, era una necesidad de la existencia.
Hay diferentes tipo de apego; algunos positivos y otros negativos. En el coaching nos centramos en estos últimos, porque otro de los fundamentos de nuestro trabajo es la neuroplasticidad. Si el cerebro no tuviera la capacidad de cambiar serían inútiles todos los coachings y quizá una gran parte, por no decir todas, las formaciones que se ofrecen en entornos organizativos. De ahí que el subtítulo de mi libro sea “la neuroplasticidad autodirigida”; ¿por quién? por el propio cliente.
En mi libro presento, creo que con mucha claridad, cómo abordar un proceso de coaching desde la neurociencia , concretando pasos y acciones en las diferentes fases del trabajo. La primera parte del mismo consiste en comprender, usar y regular la energía emocional del cliente para que logre los objetivos del coaching, cualesquiera que fueran.
El comportamiento y su modificación son el resultado de cómo el cliente ve las cosas, el mundo (percepción). La relación que se crea con el profesional es la señal clave para abordar cambios y desarrollo. También señalo en mi libro que las acciones siempre tienen un propósito, incluso si vistas desde fuera no tienen sentido o parecen equivocadas o incluso auto-destructivas. Por lo tanto, en el coaching nunca los criticamos porque entendemos que cuando se utilizaron, las acciones tenían un propósito porque un cerebro nunca intentará dañarse a sí mismo. La gran esperanza es la neuroplasticidad , la capacidad que tenemos de cambiar nuestro cerebro y poder lograr objetivos que de otra manera serían imposibles.
El enfoque general de mi libro es claramente optimista y posibilista y ofrece una guía creo que clara y concreta de cómo la neurociencia puede hacer un coaching más eficaz y con efectos más duraderos.